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Nosotros

Unas navidades abrí el regalo que me había traído mi mejor amiga. 

Estaba envuelto en papel de seda rojo atado con unos lazos de forma artesanal. 

Al abrirlo descubrí la sorpresa… Unos trozos rectangulares de color marrón y color crema. 

Y pensé: “¿pero qué es esto?” De verdad, no tenía ni idea de lo que era. 

  • ¿Son chocolates? 
  • No, son jabones. Los he hecho yo misma. 
  • ¡Oh, qué chulos! 

Me quedé flipando ya que me pareció como de otro planeta que alguien pudiese hacer sus propios jabones.

Bizcochos sí sabía hacer, pero ¿jabones? 

Los usaba cada día y los cuidaba con mucha delicadeza. Para mi tenían un valor incalculable. 

Poco tiempo después estando muy embarazada (con mucho tiempo libre y mucha incertidumbre, ya sabes) empecé a preocuparme por todos los tóxicos que tienen los productos cosméticos. Y me acordé de los jabones naturales de mi amiga.

Yo también quería hacerlos. Yo también podía hacerlos. 

Así que le pedí la receta, un tutorial y manos a la obra. 

Y cuando hice mi primer jabón se hizo también la magia. 

Me enamoré de esa sensación casi mágica al crear algo desde cero. 

Entonces también vinieron a mi cabeza los recuerdos de pequeña. De cuando en el pueblo las abuelas hacían jabones a partir de aceite. 

  • Pero mamá, ¿cómo puede ser que el aceite que mancha tanto la ropa se convierta en jabón para limpiarla? 

Seguro que no lo dije así porque tendría seis o siete años. Pero esa era mi duda. 

Para mí era un gran misterio: las manchas de aceite salen muy mal y mi madre se enfada. Mi madre limpia con jabón hecho con aceite. ¡Oh, no me lo creo!

Actualmente ya he entendido la química de la saponificación en frío. Sí, sí, así se llama. Pero no importa nada el nombre raro que tenga. 

El proceso de hacer jabones sigue siendo mágico. 

Y me sigue sorprendiendo en cada lote de jabones que preparo. ¡Oh, Jabón!